domingo, 8 de agosto de 2010

DE PASTELERO A EMPRESARIO

Walter Jurgensen Barón más conocido como ‘Pitilo’ es dueño de los dos restaurantes cucuteños que llevan este mismo nombre. Nació en el barrio Guaimaral (Cúcuta) en el seno de una familia de clase baja compuesta por dos hijos, siendo este el mayor; la mamá ama de casa y el papá taxista.
El padre siempre quiso que el primer hijo fuera un jugador de fútbol como todo un barón resaltando el apellido, y que triunfara en las grandes ligas. Antes de nacer, ya sabía que le pondría Jurgensen en honor al ex jugador estadounidense Christian Adolph "Sonny" Jurgensen.
-Creo que si hubiera sido jugador de fútbol me habia muerto de hambre porque no soy bueno, son más los autogoles que hago que los goles que marco. Practico en los tiempos libres sólo para salir de la rutina.-
Pero a Barón nunca le ha gustado ese nombre, y prefiere que lo llamen Walter o ‘pitilo’. Apodo que se ganó desde niño porque en vez de decir pitillo decía pitilo.
En la casa faltaba dinero para los gastos, porque el taxi generaba pocos ingresos. “Si habia para el almuerzo, no habia para la media tarde y mucho menos para el recreo”. A los diez años decide estudiar en las mañanas y vender pasteles por las tardes.

Luego del colegio, llegaba a la casa y si habia almuerzo, almorzaba. Se ponía una bermuda, camiseta, tennis blancos sin medias, y una gorra. La mamá le daba el canasto con cincuenta pasteles y un tarro de ají. Con la bicicleta y con mucho sol y sudor, recorría calle por calle del barrio. ¡Pasteles pasteles, bien calientitos los pasteles! Al oir el grito, la gente sabía que era él, y salían corriendo a alcanzarlo para comprarle.
“Eran tan buenos mis pasteles, que la gente repetía. Compraban para toda la familia”
Se ganó el cariño de muchas personas. Algunas señoras se conmovían, y le brindaban gaseosa o limonada para la sed. Otras, le daban consejos, que era bueno lo que hacía pero que primero estaba el estudio, a lo que respondía siempre con un ‘gracias’ y una sonrisa.
En el colegio lo conocían por vender pasteles. Unos lo admiraban, otros lo ofendían. “Los pasteles los pasteles” le gritaban algunos compañeros ofensivamente cuando él llegaba a clases, o le decían “pastelero”. Nunca les puso cuidado porque pensaba que era perder el tiempo, en cambio se dedicó a estudiar y a tener buen comportamiento para enorgullecer a los padres.
Le gusta lucir bien. Pasó de vestirse con bermudas, bluyines descoloridos, camisetas y tennis sin medias, a pantalones de tela, camisas elegantes, zapatos formales y perfume fino. Le gusta estar a la moda y no desentonar “porque como buen empresario la imagen es lo que vende”

Aunque le apasiona la arquitectura, cursó tres semestres de Administración Financiera en la Universidad Francisco de Paula Santander para tener más conocimiento en este campo, pero se retiró por dedicarle tiempo al trabajo. No se arrepiente de esa desición porque gracias a esto, aparte de ganar dinero, se ha ganado el cariño y confianza no sólo de los cucuteños sino de todo aquel venezolano que viene de visita a la ciudad.
“Antes de morir, quiero sentirme realizado y mirar a mi alrededor con orgullo por haber cumplido todas las metas y por haberle dejado un patrimonio estable a mis hijos”

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